domingo, 25 de marzo de 2012

«La vida es una oración con un signo de exclamación al inicio y uno de interrogación al final, una pregunta mal hecha, pero admirable.»

0 me armaron
Mirando el movimiento de las agujas.

Sería más frío, si estuviese afuera. Sería.
El estruendo de los gritos y los lamentos del tráfico; el bullicio armónico y familiar de esos apresurados pasos, de esos desayunos a medio estomago, de las miradas buscadoras de relojes, sí, esas que llevan un movimiento leve pero a la vez cargadas de desesperación. Mientras el aliento se une con el frió, invocando a la sombra clara del alma que se avista por la boca, formando una capa tenue blanca que trata de escaparse de lo más profundo.
Me es igual el color de las manecillas del reloj, si giran o si se echan a descansar. Es igual. El tiempo detrás del vidrio, esta reducido a nada; para mí, sólo es el conteo de las miradas perdidas y desamparadas que tratan de buscar el silencio de un susurro, de esa frase acogedora que calmara el día, que lo encenderá, que, quizás, quizás pueda calentar su realidad y a la vez congelar su tiempo.
Pretenden estirar su tiempo, sus horas, hasta siempre, hasta la búsqueda humana de su inmortalidad, vida; como estiran ese chicle que llevan el zapato, que recorre la avenida, bajo él.
El tiempo no vale nada, si no se mueve, si solo se está parado en una esquina mirando el ir y venir de vidas que buscan las esperanzas en las líneas de la acera.
Aquí no se por cuanto, no llevo un reloj en la muñeca, no llevo la cuenta de mis días y noches, no tengo un cumpleaños; solo veo llenarse las calles de polvo, solo observo el tiempo pasar, pasar y llevar, llevar el tiempo al final; no sé cuánto, no sé.